El agua y la civilización han ido de la mano desde siempre. Lograr controlar el suministro de agua, es uno de los motivos más importantes que permitió la progresión de los nómadas al sedentarismo, ofreciendo la posibilidad de desarrollar la agricultura. Es por este motivo, que las primeras civilizaciones, a nivel fundacional, dependían mucho de la cercanía de buenas fuentes de agua. Hablamos de las construcciones de Roma.
La importancia del agua llegaría hasta tal punto, que hoy en día, medimos el nivel de desarrollo de las civilizaciones antiguas, en base a sus avances en las infraestructuras abocadas al control y la distribución del suministro acuífero. Y sin duda en esta materia, y por varios siglos, Roma y sus construcciones para el control de las aguas residuales siempre estuvieron a la cabeza con respecto a sus coetáneos. Y aunque una parte del éxito que tuvieron, como civilización y como imperio, fue hacer llegar el agua a las ciudades, la otra parte se debía a gestionar la evacuación de aguas contaminadas: el desagüe.
Para entender la complejidad que conllevaba este problema, debemos entender que la solución más usada para la época, era verter el agua contaminada en las “calles” de toda la ciudad, y que gracias a la pendiente del propio terreno, estas fluían de manera natural hasta el río más cercano. Esto, por obvias razones, tenía entre los problemas más leves la pestilencia de la entera ciudad, y entre los más graves la insalubridad y la facilidad con la que se transmitían las enfermedades.
Es verdad que no fueron los Romanos los primeros en preocuparse por este problema, ya en Babilonia hacia 4000 a.C. se implementaron pozos sépticos a los que se hacía llegar aguas contaminadas pero luego tenían que reconducirse mediante baldeo manual hacía los ríos más cercanos, lamentablemente a su vez esto causó contaminación en las principales fuentes hídricas, trayendo otra serie de problemas.
Un poco más adelante la antigua Grecia dio un atisbo a solucionar este problema, intentando canalizar las aguas negras hacia las afueras de las ciudades, y distribuirla por las zonas agrícolas, de manera que pudieran usarse para fertilizar las tierras. Pero aún así, lo normal seguía siendo verter las heces y desechos humanos a los espacios públicos.
Se suele decir que el gran mérito del imperio Romano no está en la invención de nuevas técnicas constructivas y de infraestructura, sino en tomar las ideas de civilizaciones anteriores y maximizarlas o evolucionarlas, logrando dar solución a sus problemas. Lo cual no les quita mérito alguno, sino todo lo contrario. En el caso de las aguas residuales cabe perfectamente esta idea, ya que tomando las ideas de los Babilónicos y Grecia, se implementó un gran canal a cielo abierto conocido como la cloaca máxima y que sirvió principalmente para avenar las tierras destinadas a la agricultura en las afueras de la ciudad.
Aunque este método dejaba sin resolver el problema de la salubridad en la ciudad. Hasta que aproximadamente en 520 a. C. se tomó la decisión de convertir la cloaca máxima en un sistema subterráneo y cubrir con bóvedas las partes expuestas de los canales. Esto mejoró mucho el desagüe de la ciudad, ya que no solo hacía más salubre la vida cotidiana de los ciudadanos, sino que ayudaba a recoger el agua de las crecidas del río y de las lluvias torrenciales, a la vez que evacuaba las inmundicias de la ciudad.
El siguiente paso importante que dió la antigua Roma en la construcción no fué en el ámbito de infraestructura civil, fue en ámbito normativo. Desde cerca de 100 d.C. se decretó que las viviendas o habitáculos de la ciudad tenían que conectarse a la red de alcantarillado, lo que significó un gran paso, que permitía la adopción de la letrina de asiento, convirtiendo en innecesario tener que tirar los desechos directamente a la calle por medios manuales. Lo que llevaría al siguiente paso importante: la separación de las aguas “grises” de las “negras”.
Esto permitió que se pudiera utilizar las aguas “grises” (aquellas provenientes de los baños y termas cívicas) para baldear las letrinas públicas, y en algunos casos las letrinas privadas que pudiera tener alguna casa de la alta sociedad. Todo esto fue posible gracias al complejo sistema de desagüe implantado por los romanos que contaba con un conjunto de alcantarillas, canales, cloacas, registros y pozos sépticos. Y que sin duda alguna los convirtieron en los grandes pioneros en la gestión de aguas residuales de su época.
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